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¿Por qué hago fotografías?

Porque, cuando leí: “El fotógrafo ve lo que otros no ven”. Cuando lo leí, pensé que era verdad, que tenía razón. Y eso te lleva a estar haciendo continuamente fotografías, con solo la mirada o con una máquina, de las personas, de los espacios, de los ambientes, de la realidad.

 

Hacer fotografías obedece, paradójicamente, a un automatismo reflexivo. Salvo que la foto se imponga por la contundencia de la escena, se requiere un proceso complejo hasta que la foto se enmarca. Lo importante es el primer paso, cuando veo la foto, cuando la tengo en mi cabeza. Después comienza un camino con diversas etapas, estados de ánimo, soluciones técnicas y vueltas sobre el tema. También interviene el tiempo, pues para editarla la dejo dormir días, a veces semanas, incluso meses.

Admiro a esos fotógrafos que son capaces de especializarse en un tema. Me cuesta especializarme en un solo tema, pues me gusta la fotografía pura y dura. Trabajo con cualquier aspecto de la realidad susceptible de ser fotografiado, incluso con los que no se pueden ver, como el alma. Me afecta un rostro interesante, una situación, los volúmenes, los espacios; o mi forma de ver la naturaleza, ser capaz de contar una historia con imágenes: lo que he llamado fotografía pura y dura.

Así como las buenas películas requieren de un buen guion –muchas veces con independencia del tema–, el fotógrafo tiene que saber leer los temas para lograr una buena fotografía. De hecho, suelo preferir los espacios con entidad propia, con misterio, pero en los que, curiosamente, nadie se fija.

Desde los inicios, un tema que me ha interesado es el de los “lugares abandonados”. Digamos que son lugares que me convierten en arqueólogo industrial y me impongo la tarea de recuperarlos. Son trabajos a los que denomino como de redención de la materia. Aquello que en su momento se usó, fue útil, pero que ahora no sirve y queda abandonado. Por medio de la fotografía puedo devolverle una parte del valor y la dignidad que tuvo aquel espacio, aquella maquinaría, esos objetos… En definitiva, redimir esa materia.

 

Me considero un fotógrafo sedentario, no un viajero. Esto me obliga a descubrir fotografías donde  parece que no las hay: en la vida cotidiana, en los espacios habituales y en los personajes grises. Por eso, siempre llevo una cámara conmigo. Valorar los grandes reportajes fotográficos de viajes con localizaciones maravillosas, unos paisajes esplendidos, historias apasionantes, no me impide pensar que recorrer una calle de la ciudad con una mirada novedosa. También es un buen viaje.

Me identifico muchas veces con aquello que decía Cartier-Bresson: “Voy a ver qué hay por el mundo, voy a ver qué encuentro, voy a ver qué trozo del mundo convierto hoy en una de mis fotografías”. Y estoy de acuerdo con un admirado fotógrafo que se manifiesta así: “Digamos que la cámara que tengamos o los medios de que disponemos no son importantes, no son definitivos para obtener buenas fotografías, pero debemos dominar la herramienta, leer, estudiar”.

Por último, un comentario sobre las fotografías que puedes ver en la web: muchas de ellas demandan un gran tamaño de impresión, pues la experiencia me ha demostrado que solo así se enriquecen los grandes espacios, salones, hoteles, empresas, incluso los hogares.

Retrato de Javier Berguzas
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